Encuentro con el pueblo Huni Kuin

Es de noche y estoy recostado en mi hamaca, me encuentro en la aldea Novo Futuro que se ubica en una remota región del estado de Acre en Brasil. Se siente una gran humedad en el aire y mientras llega el crepúsculo, el sonido de la selva se amplifica y puedo escuchar claramente como la noche selvática se apiña alrededor de mi cabaña. Un sinnúmero de sonidos de insectos, ranas y aves conforman una orquesta natural de armonía insospechada. Estoy cansado pero tan sobrecogido por la emoción que me produce estar en este lugar, que casi ni noto los cientos de mosquitos que rodean mi hamaca y que tratan de encontrar un agujero en el mosquitero para entrar y picotearme a su antojo.

Han sido tres días de peregrinaje viajando con un grupo de personas para asistir al festival Eskawata Kayawe, que significa Energía transformadora de la selva. El festival fue organizado por  Ninawa Pai da MataVinicius Romão, un joven brasileño oriundo de São Paulo que ya forma parte de esta tribu. Txai Vinicius, como le dicen por allá, se dedica a traer grupos de viajeros interesados en conocer la floresta y la cultura de este extraordinario sitio y que además buscan participar en los rituales curativos que se propician con la medicina del ayahuasca o Nixi Pae.

 Viajamos durante tres días en barco, saliendo del puerto más cercano de la pequeña ciudad de Tarauacá, Estado de Acre, Brasil. El periplo no fue fácil. Zarpamos justo después del amanecer y  durante el camino solo tomamos unos cuantos descansos, aprovechando los  bancos de arena del río para refrescarnos y estirar las piernas.

 El barco era conducido por dos motoristas y su familias, quienes con rotunda amabilidad y amplias sonrisas nos prepararon de desayunar, comer y cenar en una cocina que ellos mismos improvisaron.  No fue un viaje lleno de comodidades, pero el cariño, la amabilidad y la comida que los tripulantes nos brindaron fueron excepcionales.

Pese a las aparentes incomodidades nunca lamentaré la decisión de hacerme a la aventura y conocer cómo se vive y se viaja en las profundidades de la selva amazónica, un lugar lleno de misterios, de peligros, de exuberante vida pero también de profunda muerte. 

Durante la travesía me acompañaban un español oriundo de Madrid, un norteamericano afincado en Río de Janeiro, una pintora japonesa que no llegaba a los 23 años y Francisco, un antropólogo brasileño que viajaba a esta región por tercera vez. Francisco me explicó lo afortunados que éramos de poder llegar hasta este lugar del amazonas, pues son pocos a los que se les permite acceder a esta remota zona.

Al anochecer, los motoristas atracaron el barco para poder pasar la noche. Dentro del buque  colgamos nuestras hamacas y en pocos minutos quedamos profundamente dormidos, arrullados por el sonido de la selva.  Estábamos cansados y teníamos que salir muy temprano  para aprovechar al máximo las horas de sol.

 Tres días después, finalmente llegamos a nuestro destino, la pequeña aldea de Novo Futuro, un asentamiento relativamente nuevo y la última de las seis aldeas Huni Kuin que están emplazadas sobre el río Humaitá. Pasando esta aldea el territorio es inhóspito y peligroso, en él viven las “tribus bravas” o pueblos no contactados a los que el resto de los habitantes del amazonía temen, dada su reputación de ser agresivos. Trato de imaginar cómo eran los Huni Kuin antes de tener contacto con el hombre occidental. ¿Quizás alguna vez ellos mismos fueron un pueblo no contactado?

Al llegar a la aldea me sentí como en un sueño, en el banco del río nos recibieron un grupo de mujeres y niños con las caras pintadas de intrincados diseños.  Al cabo de un rato, los aldeanos nos dieron la bienvenida con un canto tradicional tan hermoso que su recuerdo me pone la piel chinita. Debo decir que para mí fue un tremendo honor ser recibido de esta forma y un gran alivio poder poner por fin los pies en tierra firme. Al fondo de esta entrañable escena  divisé la aldea, un pueblito junto al río, cuyas cabañas estaban construidas con palos y techos de palma.

Unos jóvenes nos mostraron dónde nos íbamos a quedar y nos ayudaron con nuestras maletas. Nos hospedaron en unas sencillas cabañas en donde colgamos nuestras hamacas. Mi cabaña era la última de toda la aldea, detrás de ella la inmensidad de la selva me observaba para hechizarme. 

Después de instalarnos nos llamaron a la maloka (Shubuã en lengua Huni Kuin), una estructura enorme hecha de hojas de palma. Este sitio es la casa sagrada de los Huni kuin, ahí realizan sus ceremonias semanales de Nixi Pae o ayahuasca. En cuanto llegamos, los aldeanos nos invitaron a unirnos a una sesión de danzas y cantos tradicionales o Katxanawa, para la cual todos los miembros de la aldea se pintan las caras con intrincados diseños, se adornan con collares de semillas y chaquiras de colores y  se coronan con hermosos penachos de plumas.  Bailando y cantando nos dieron también la bienvenida; nos hicieron parte de su clan. Ahora ya somos familia.

Un grupo de visitantes nos acercamos a Vinicius para seguirlo a través de una vereda llena de lodo que cruza la aldea. Pasamos por la cocina, una estructura de palma emplazada sobre una plataforma elevada que impide el paso de los animales de la selva. Ramos enormes de plátano colgaban a los lados,  humo saliendo por arriba de la cocina comunitaria. Es en este maravilloso espacio donde las mujeres elaboran la comida: Arroz, pescado, plátano y yuca preparados de múltiples formas en unas grandes ollas.

Mientras caminabamos, Vinicius nos explicó que hasta hace poco era raro que llegaran visitantes foráneos.  No fue fácil para la comunidad abrirse a la posibilidad de recibir extranjeros, sus experiencias con misioneros y patronos que no les permitían ejercer su cultura, lengua y prácticas espirituales les dejaron una impresión muy negativa del mundo exterior y por muchos años se negaron a recibir visitantes por temor a que la historia se repitiera.  Hoy día ya no hay misioneros ni patronos en su tierra y el pueblo Huni Kuin vive en paz;  pueden ejercer su cultura y hablar su lengua en completa libertad. Su propia percepción es que hoy día disfrutan de un mayor derecho sobre su territorio, por lo que ellos mismos consideran que viven en los tiempos del derecho o Xinã Bena. Lamentablemente la llegada al poder de Bolsonaro está poniendo en grave peligro su libertad e incluso su sobrevivencia.

Es de llamar la atención que durante sus ceremonias y festivales, tanto hombres como mujeres se pintan la cara y el cuerpo con diseños muy particulares. Carolina, una brasileña de Río de Janeiro quien ayuda como coordinadora en la cocina y que tenía toda la cara pintada, me explicó que esta pintura se conoce como kene kuin -el verdadero diseño-, y que este es un importante emblema del pueblo Huni Kuin. Para ellos, estos diseños son un elemento muy importante que contribuye a realzar la belleza de las personas y las cosas. Para pintarse utilizan una fruta llamada Nané que saca un jugo negro llamado jenipapo. Los Huni Kuin se pintan cara y cuerpo durante los festivales, en las ceremonias y en la celebración de sus ritos de paso.  Los niños pequeños generalmente no se pintan con diseños, pero a veces están teñidos de pies a cabeza con el jenipapo. Carolina me contó que cuando uno de los hombres de la casa sale a recolectar jenipapo a la selva, al regresar es casi seguro que alguien lo esté esperando para mezclar la pintura e invitar a otros a pintarse.  Los mismos motivos o diseños básicos utilizados en la cara se utilizan en el cuerpo, en la cerámica y en los tejidos de algodón, en las canastas y hasta en los objetos decorativos de la cocina. 

La pintura se asocia con una nueva fase en la vida del objeto o de la persona, una transición importante durante la cual es deseable acentuar la belleza  del cuerpo o del objeto que está en esa etapa. En este sentido, la pintura indica que se está atravesando por un acontecimiento vital muy importante. Los diseños se van despintando conforme pasan los días y sólo se vuelven a aplicar en otras ocasiones especiales. 

Un apasionado de las culturas indígenas y el camino del chamanismo, Txai Vinicius (Txai es un término en lengua Huni Kuin que significa amigo o hermano) es originario de São Paulo, pero desde 2013 vive en la ciudad de Tarauacá, y trabaja en diferentes proyectos para llevar mejoras a las aldeas a través de la asociación Povos de Terra-Apoti (translation?). 

A él le pregunté sobre la cultura e historia de este pueblo que hoy día es conocido mundialmente por su uso ceremonial del Nixi Pae o ayahuasca, por sus cantos chamánicos y también por el rapé, un tipo de mezcla de tabaco con hierbas que se ingiere por vía nasal.

 Después tuve tiempo de investigar más y descubrí que su lengua proviene de

 un grupo de lenguas llamado Pano al que pertenecen varios grupos entre los cuales se encuentra el pueblo Yawanawa, Shawadawã y Jaminawá.

Txai Vinicius nos contó que a su llegada en la década de 1970, lo primero que los antropólogos vieron hacer a los Huni Kuin fue juguetear  con los murciélagos. Uno de ellos les preguntó qué era lo que hacían, a lo que le contestaron que jugaban con los kaxi nawa (murciélagos). Tras esta anécdota, los antropólogos nombraron al pueblo como los Kaxinawá o gente de los murciélagos.  Sin embargo ellos siempre se consideraron a sí mismos como Huni Kuin o gente verdadera. Otra anécdota apunta a que el nombre kaxinawá era en realidad un improperio con el que otras tribus vecinas insultaban a los Huni Kuin.

Durante una de las tantas comidas me encontré de nuevo con Francisco, el antropólogo de Sao Paulo, él me explicó que este pueblo tiene casi medio siglo de haber sido contactado, fueron los caucheros quienes entraron por primera vez a esta tierra en busca del caucho, el cual fue en su momento un material muy apreciado ya que se utilizaba en la fabricación de llantas y de otros artículos impermeables y aislantes.  

Después de varios días de estar en la aldea, decidí aventurarme hacia el Sama úmama,  un árbol muy especial que se encuentra dentro de la selva, como a un kilómetro de la aldea. Este árbol es muy sagrado para los Huni Kuin pues en él habita Yuxibú, el creador. A mi llegada al árbol fui recibido por la abuela, quien llegó desde otra región donde también habita el pueblo Huni Kuin. La abuela me pidió que por favor me inclinara ante el Sama úmama para pedirle permiso de estar aqui y me afirmó que si me concentraba y tenía limpieza de mente y de corazón, él escucharía mis sueños y bendeciría mi destino.

Al día siguiente nos llevaron de nuevo al Sama úmama, una vez ahí,  nos ofrecieron un bautismo con un tipo de pimenta o rampayã, tras el cual, nos aseguraron, nuestra voz mejoraría notablemente y podríamos cantar mejor y tener buena memoria. Para ellos es muy importante el canto, lo consideran una herramienta de conexión con el espíritu. La medicina es una especia muy picante que al ser ingerida provoca un gran ardor en la boca. Me pregunto si ahora podré cantar como ellos. 

Por las tardes, nuestra casita era visitada por diferentes miembros de la aldea, muchos de ellos estaban ávidos por conocernos; otros simplemente querían intercambiar algún objeto. Unas mujeres nos vendieron artesanías, un niño vino a enseñarnos a cantar y al final de la velada, logró intercambiarnos un aplicador de rapé fabricado con hueso de cocodrilo por una lámpara portátil.

Mi tiempo en la aldea llegó a su fin. Me voy conmovido por este encuentro y también muy preocupado pues en el bote de regreso, Francisco me comentó que la forma de vida del pueblo Huni Kuin está siendo amenazada por el actual gobierno de Bolsonaro que con sus políticas territoriales promueve la explotación minera, agrícola y ganadera de la amazonía brasileña. 

Al salir de la aldea se me llenan los ojos de lágrimas de la emoción. Siento que conocí a mi verdadera tribu. ¡Quiero regresar el año próximo! ¿Me acompañas ?

Participación en SaveArtSpace

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